No puedes decirte chilango si nunca te has subido al Metro de la CDMX y disfrutado del ajetreo y folclor que solo esta limusina naranja te puede ofrecer a través de sus túneles, sus pasillos, escaleras y vagones.
En sus inicios fue presentado como un monorriel como tema de tesis por Vicente S. Pedrero y Ramón C. Aguado en 1960, quienes mostraron el proyecto al entonces Departamento del Distrito Federal, pero fue hasta que el ingeniero Bernardo Quintana presentó los estudios de factibilidad que el proyecto comenzó a tomar fuerza.
En un principio fue rechazado por Ernesto P Uruchurtu, quien entonces era regente, por temas financieros y de complejidad en una urbe que recientemente había sufrido un terremoto devastador (1957), lo cuál había metido dudas sobre proyectos de gran envergadura como el presentado por Quintana.
El proyecto parecía destinado al fracaso hasta entre los ingenieros más importantes del país, pero Bernardo siguió con el desarrollo del proyecto hasta que surgió la oportunidad ideal; El presidente francés, Charles de Gaulle, venía mostrando interés en los países latinoamericanos y fue a través de Alex Berger, empresario francés, esposo de María Félix y amigo cercano de Quintana, como se realizó el acercamiento con el mandatario francés.
Por fin se comenzaba el trazado del metro, México se hizo cargo de la obra civil, estudios de geotecnia, diseño de estaciones, entre otros, y el gobierno francés la obra electromecánica. El 29 de abril de 1967 se creó de manera oficial el Sistema de Transporte Colectivo Metro, un organismo público y descentralizado que se encargaría de la operación y explotación de este nuevo sistema de transporte.
2,530 millones de pesos, 38 mil trabajadores, 800 técnicos y 40 meses después, el 4 de septiembre de 1969 se inauguraba por fin el tan anhelado Metro de la Ciudad de México que hoy en día transporta a más de 4 millones de personas al día, lo que lo convierte en un sistema esencial para la movilidad de la gran urbe capitalina.
Muchas son las historias que ha de albergar este emblemático medio de transporte, desde las más felices hasta las más tristes, pero lo que es innegable es que la ciudad no sería la misma sin esos gusanos naranja que se mueven diariamente por sus entrañas en un ida y vuelta interminable.
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