A finales de la Revolución Mexicana y con los villistas derrotados por el ejercito de Carranza, el general Martínez regresó a su pueblo, San Francisco de Borja, en el estado de Chihuahua, pero Martínez no se sentía del todo bien, sentía sus fuerzas flaquear y un mal presentimiento le arrebataba la tranquilidad, por lo que le confesó a su esposa que debajo de cierto árbol había escondido un tesoro y que si algo le pasaba podía ir a sacarlo, pero debía esperar mejores tiempos.
Debido a su presentimiento decidió refugiarse junto con un grupo de soldados en la Sierra de Santa Ana al sur del pueblo, sin embargo esto no fue suficiente para salvarlo del fatal destino que le aguardaba, pues el general fue traicionado, torturado y asesinado, sin que éste confesara la ubicación del tesoro mencionado.
Su esposa esperó a que la situación mejorara y los tiempos se calmaran, hasta que un día salió en busca del tesoro prometido por el general, pero a pesar de su ardua búsqueda jamás pudo encontrarlo, lo que provocó en ella la locura que la llevo a vagar de pueblo en pueblo buscando el ansiado tesoro.
Aún hoy hay quien dice que sus alaridos desesperados se pueden escuchar desde la Sierra de Santa Ana y a muchos kilómetros a la redonda, en especial cada finales de año, época en que el General Martínez fuera enviado a la otra vida llevándose consigo el lugar donde quedó enterrado el Tesoro de San Borja